Con el acorde final del acto de asunción como presidente de Estados Unidos de América, seguramente Joe Biden se encaminará a su despacho oval de la Casa Blanca. Con sus primeros pasos en el interior podrá prestar atención que sobre su mesa de trabajo lo esperan una larga lista de temas candentes en materia de política internacional. Tal como Trump se sintió en la necesidad de dedicarle gran parte de su gestión a aquellas cuestiones vinculadas con intereses israelíes, es de suponer, por la misma razón, que muy probablemente Biden se enfrente con el nombre de Israel en gran parte del listado en su escritorio.
Esta temática es la que justamente ocupa a muchos de los analistas del futuro de Israel y Medio Oriente. Cada uno trata de describir lo que supone seria la visión práctica que el nuevo presidente de USA se propone llevar adelante con referencia a Medio Oriente en general e Israel en particular. Un buen ejemplo se puede leer en “Saudis worry, Iran and Palestinians hope: What a Biden presidency could mean for the Middle East” (CNBC, 11-11-20), como así también en “El gobierno de Biden y el Medio Oriente” del experto israelí en estrategia Udi Evental (En hebreo, Centro de Estudios Estratégicos, IDC, Herzlya – Israel, 30-11-20).

Esta agenda seguramente no podrá pasar por alto la grave situación que se ha creado como consecuencia de la decisión de Trump de dar un paso al costado en el pacto de las potencias con Irán y el consecuente lanzamiento de severas sanciones económicas al país persa. No menos problemático es el prolongado estancamiento en la situación del conflicto palestino israelí también como consecuencia de las decisiones unilaterales en favor de Israel del actual presidente Trump. Al respecto deberá sopesar su posición en varios temas urgentes como, planes de anexión de Israel en Cisjordania (que Netanyahu anunció días atrás que no se archivaron sino están programados para un futuro próximo), reanudación de las relaciones entre USA y la Autoridad Palestina, reconocimiento estadounidense de Jerusalén como capital de Israel, apoyo financiero a proyectos palestinos, reconocimiento de soberanía israelí en el Golán, y por último, en qué medida limitar las relaciones entre Israel con Rusia y China en el marco de la competencia por la hegemonía mundial.
Es de suponer que, según la tradición de todos los presidentes que precedieron a Trump (con la excepción de Obama en el apoyo a la resolución 2334 en ONU) también Biden se incline por la visión que, pese al desacuerdo respecto del destino de los territorios conquistados en 1967, vea en Israel el aliado preferencial otorgándole supremacía militar, ayuda económica masiva e inquebrantable soporte institucional en organismos internacionales. El nuevo presidente estadounidense seguramente tratará de retornar a la vieja propuesta de la solución del conflicto con los palestinos según la fórmula de dos estados, a sabiendas que no podrá avanzar más allá de un frágil equilibrio basado en la continuidad del statu quo. Probablemente se critique duramente la colonización israelí en Cisjordania y toda medida en ese sentido, pero no se la prohibirá y se evitará la toma de decisiones que impliquen sanciones en represalia.
Pero, tanto desde la nueva administración estadounidense, como de los distintos analistas, no se hizo referencia a un aspecto que, de concretarse, puede convertirse en el factor que rompa con todos los esquemas que se evalúan como un futuro posible. Se trata de la próxima decisión de la Corte Internacional Penal de La Haya (CPI) quien tiene que responder a la solicitud de su Fiscal General, Fatou Bensouda, de enjuiciar a líderes políticos y oficiales del ejército de Israel por la campaña de colonización civil en Cisjordania enmarcado en lo que se define en las convenciones internacionales como delito de guerra.
La fiscal Bensouda se dirigió a la Corte ya un año atrás y la respuesta del alto tribunal estaba prevista para mediados de 2020. Para no reconocer la jurisdicción de la CPI en el caso, Israel se niega a participar directamente del proceso, pero lo hace indirectamente por medio de terceros, especialmente el conocido servilismo del presidente Trump. En un acto típico de un vulgar grupo mafioso, Trump amenazó con sanciones personales a integrantes de la CPI si deciden investigar a Israel por colonizar Cisjordania (Ynet, 16-5-2020). Hasta el momento los jueces de La Haya no se expidieron sobre el tema y el aplazamiento se originó por la irrupción de la pandemia del virus corona, pero mas probablemente, por la expectativa de la no reelección de Trump como ya se evaluaba como posible medio año atrás.
En el caso que CPI decida enjuiciar a políticos y oficiales del ejército israelí Biden deberá enfrentase con un serio dilema: se le terminan todas las posibilidades del juego a dos bandas. Desaparecen los términos intermedios. Acatar la decisión de la Corte de La Haya representara una histórica ruptura entre Israel y USA con secuelas impredecibles, incluyendo, muy probablemente, un masivo debilitamiento del apoyo judío estadounidense al partido demócrata. Sin lugar a dudas, para Israel representará el fin de la dolce vita con el statu quo que hasta hoy le ha permitido ampliar permanentemente las colonias.
La alternativa contraria expone a Biden como un calco de Trump. La ciega e incondicional defensa de Israel no escatima esfuerzo en consagrar el servilismo y, por esta vía, romper con la histórica trayectoria demócrata de su partido y país en apoyo del orden legal e instituciones básicas, tanto nacionales como internacionales.
Sorpresivamente, pese a que están dadas las condiciones apropiadas, tanto en Israel como en USA no se escucha ninguna alusión a la posibilidad que el CPI responda positivamente a la solicitud de Bensouda. Seria prudente que Baiden no se olvide que muy probablemente en las próximas semanas tenga que enfrentarse, tal vez, con la toma de una decisión con implicancias imprevisibles en las relaciones USA-Israel y que aparentemente nadie lo toma en cuenta.
Ojalá me equivoque
Daniel Kupervaser
Herzlya – Israel 10-12-2020
kupervaser.daniel@gmail.com
@KupervaserD